No debe repetirse el hecho de que minorías controlen y manejen decisiones- como aconteció en el pasado- o que éstas provengan desde el exterior. Una democracia debe sustentarse en un respeto jerárquico.
Valgan estos alcances previos para referirme a algunas cuestiones que han ocurrido en Chile, y que he visto aflorar desde que asumí la función de gobernante.
Sufrimos en Chile todo un proceso movido por la demagogia de uno u otro estilo. Proceso cuyo fin era siempre el mismo, a saber: el permanente cuestionamiento de las jerarquías, de la autoridad y sobre todo el sistema mismo, para finalmente intentar destruirlo. O sea, emergió un " pensamiento crítico" – más exactamente, un pseudo pensamiento crítico- destinado a crear las condiciones propicias para el avance del Partido Comunista.
Esto pudo llevarse a cabo bajo la inspiración de los comunistas, la complicidad tácita de otros y la ingenuidad de terceros. La consigna era que todo debía ser cambiado. Y para ello, de modo no tan subliminal ni delicado, se dejaba vislumbrar la idea amenazante de que previamente era imprescindible aniquilar lo existente. De ahí toda efervescencia, que los marxistas procuraron propagar, no sólo en las universidades, sino que también en la Educación Media y quizás más abajo, llegándose incluso al intento de convertir la educación nacional en un adoctrinamiento socialista.
El Partido Comunista y otras colectividades dispusieron de un número suficiente de activistas para impulsar inquietudes en la juventud, muchas de ellas absolutamente legítimas, que ellos se encargaron de desviar hacia los intereses y fines partidistas.
Así fue desarrollándose el proceso chileno al que nuestro Gobierno puso término. A cualquier hombre que vista uniforme no le resulta difícil reconocer los elementos estratégicos de la acción política.
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